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Crónicas al Voleo

Prada, el lujo y el desierto

¿Qué hace un local de Prada en el medio mismo del desierto texano? La historia no tiene desperdicio.
Por Germán Tinti (para Crónicas al Voleo)

Viajando por la US-90 desde Marfa con rumbo a Van Horn, al oeste del estado de Texas, el paisaje es árido, desolado y polvoriento («Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta -no fue por estos campos el bíblico jardín-» hubiera descripto Antonio Machado). Cientos de películas, y la mayoría de los episodios de Lucky Luke, nos han enseñado que en sitios como ese siempre hace un calor seco, hay un viento ardiente y los sonidos más comunes son el siseo amenazante de las serpientes de cascabel; el aleteo amenazante de los buitres planeando en círculo sobre una calavera de búfalo y un acorde estirado (y amenazante, claro) en la guitarra de Ry Cooder.

Un par de kilómetros después de Valentine –un desganado caserío que se insinúa a ambos lados de la vieja cinta asfáltica– se puede observar, a mano izquierda, una pequeña construcción, pintada de blanco y tachonada de grafittis. Solitaria, al costado del camino, bajo un sol impiadoso. Demasiado al norte para ser un santuario del gauchito Gil y sin ningún indicio que nos haga pensar que se trata de un local de artículos regionales. Pero al ver de reojo los carteles que ocupan buena parte del frontispicio del local, el conductor se verá en la obligación de clavar los frenos y retroceder para confirmar lo que sospechó. Si bien la maniobra es poco recomendable, por esa ruta no suele haber mucho tránsito. La pregunta del asombrado viajero es inevitable: ¿Qué carajos hace un local de Prada en medio del desierto de Chihuahua?

Italianos invaden SoHo

La construcción del local de la lujosa marca de marroquinería de origen italiano en uno de los más desolados parajes de Estados Unidos comenzó a gestarse cuatro años antes de su inauguración y a unos 3.500 km de su emplazamiento. Al comenzar este siglo, lujosas marcas internacionales comenzaron a instalar sucursales en el bohemio barrio neoyorquino de SoHo. Como consecuencia de ello los precios de las propiedades se dispararon y muchos artistas que residían en el sector, como así también las galerías de arte, debieron abandonar el tradicional sector para instalarse, en su mayoría, en Chelsea.

La gota que rebasó el vaso fue cuando en el señorial edificio donde funcionaba la sede neoyorquina del Museo Guggenheim se instaló un cartel de Prada y el anuncio de “Opening son” (próxima inauguración). Fue entonces que los artistas Michael Elmgreen e Ingar Dragset idearon la obra «Opening Soon / Powerless Structures» (Próxima inauguración – Estructuras impotentes). La instalación consistió en cubrir las vidrieras de la galería Tanya Bonakdar con carteles que anunciaban, falsamente, la próxima apertura de una tienda de la marca fundada en 1913 por Mario Prada en Milan.

El local, cuando fue vandalizado
Zapatos 37, sólo derechos

La idea de instalar un falso local en un lugar absurdo surgió un poco después y en 2005 se construyó la no tienda en este insólito emplazamiento. El proyecto contó desde el principio con la bendición de Miuccia Bianchi Prada, heredera y alma mater del imperio milanés. De hecho, fue la empresaria quien cedió sin costo el uso de la marca y la colección de zapatos y carteras que aún hoy se exhiben en el local.

«Ella fue muy generosa –recordaría Ingar Dragset al celebrarse 15 años de la inauguración–, nos escribió una carta que decía que se podía utilizar el logotipo libremente y que no iban a demandarnos por eso. Sabíamos que era una propuesta extrema para ellos, salir de París, de Milán, de Nueva York y verse puestos en medio de un desierto, bajo una consigna de anti-consumo».

A los pocos días de la inauguración, el local (que tuvo un costo de 80 lucas verdes, una ganga) fue víctima del vandalismo: rompieron la vidriera y se robaron algunas carteras y todos los zapatos izquierdos. Al respecto, Michael Elmgreen recuerda que los «sorprendió mucho y nos dio tristeza la noticia que tres días después de la apertura, la habían saqueado, alguien que conducía un camión fue hasta la puerta y sacó los zapatos y se escapó con los zapatos del pie izquierdo! y las bolsas, por suerte tenían los zapatos del pie derecho para sustituir». Desde entonces, en la tienda solamente hay unos pocos bolsos desfondados y zapatos derechos y del talle 37 de aquella colección del 2005. Otra característica de los productos exhibidos es que fueron elegidos minuciosamente para combinar con el paisaje, razón por la cual predominan los colores arena.

Beyonce utilizó la tienda Prada en medio del desierto para una foto en su Instagram
Stilettos y botas texanas

Pero muchas veces (casi siempre) las obras cobran vida propia y se separan de las intenciones que motivaron a sus creadores. Así, este local que en principio era un grito de rebelión en contra de la sociedad de consumo por parte de dos artistas residentes en Nueva York cuyas obras cotizan por encima de los 20 mil dólares en Sotheby’s (gracias a las redes sociales –epítome contemporáneo del consumismo), se convirtió en un ícono pop y un sitio de peregrinación turística. De acuerdo al sitio Tripadvisor, 8 de cada 10 autos que en la actualidad recorren esa carretera lo hacen para detenerse a sacar fotografías en el local. La cantante Beyonce viajó especialmente para publicar la foto en Instagram y hasta los Simpsons se dieron una vuelta por allí.

«Nos sorprende lo popular que es –comenta divertido Ingar–. No había nadie allí para la apertura. Fueron sólo algunos rancheros que estaban allí y cinco amigos de Nueva York! Pero todo esto fue pre-Instagram, estoy seguro de que también es casi pre-Facebook, por lo que no estaba en nuestro deseo un rebote así ni sabíamos lo mediático que se iba a convertir todo».

En la actualidad el Museo Guggenheim tiene una imponente y moderna sede en la Quinta Avenida, frente al Central Park, en el Upper East Side, y la mayoría de los artistas se vieron en la obligación de mudarse de un barrio lindo a otro mucho más lindo y con alquileres más bajos. Y el local de Prada en medio del desierto de Chihuahua permanece imperturbable, asombrando a desprevenidos viajeros, tristes coyotes noctámbulos e iguanas desconfiadas y alertas.

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