Por Germán Tinti (especial para Crónicas al Voleo)
El pasado jueves Lionel Andrés Messi Cuccittini jugó, se supone pero no se desea, su último partido oficial con la Selección Argentina en nuestro país. Bueno, en la ciudad de Buenos Aires, que es parecido. Fue el penúltimo partido de las Eliminatorias Sudamericanas para el Mundial 2026, para el cual estamos clasificados cómodamente hace varias fechas.
Ya desde algunos días antes del encuentro se sentía en el ambiente un dejo de nostalgia preventiva por algo que sabíamos que va a suceder. Pero que nos negamos a aceptar que ocurra. Los futboleros andábamos con calambres en el alma, estado que se potenciaba gracias a miles de videos que acechaban en Instagram y en forma constante nos ponían frente a las mil y una genialidades del rosarino.

Es como un larguísimo documental sobre las más fascinantes jugadas de fútbol todos los tiempos, pero con un solo protagonista. La enormidad de su figura y la gigantesca cantidad de material fílmico echan un cono de sombras sobre astros del pasado, que nos alucinaron con su habilidad pero que no disponían de las ventajas comunicacionales de estos tiempos.
La maldición de Tilcara y los malditos alemanes
También pasan ante nuestros ojos y por nuestra memoria imágenes de cada uno de los mundiales que jugó. También de las frustraciones que se fueron acumulando en ese camino. Tal vez por aquello de la «Maldición de Tilcara», surgida de una supuesta promesa realizada por los jugadores de la selección –que en enero de 1986 realizaron una adaptación a la altura antes del Mundial de México– a la Virgen de Copacabana del abra de Punta Corral.

El supuesto embrujo duró hasta que, en 2018, José Luis Brown, Oscar Alfredo Garré, Nery Pumpido, Carlos Daniel Tapia, Héctor Enrique, Julio Olarticoechea, Sergio Batista y Ricardo Giusti llevaron la Copa del Mundo ganada en 1986 al pueblo jujeño, cumpliendo de este modo con una promesa que era más mítica que real, pero todo era válido para deshacer el hechizo.
Imposible no recordar la cara de or… bronca de Lionel sentado en el banco de suplentes cuando quedamos afuera ante Alemania en el 2006. Ni la desazón por la eliminación por goleada en Sudáfrica a manos de… Alemania. Mucho menos esa foto impune en la que Messi mira cara a cara a la Copa del Mundo en Río, la que ganó… Alemania, el seleccionado que más nos frustró en el último medio siglo.

Renuncia a la renuncia
Esos eran tiempos en los que los necios lo criticaban porque con el Barcelona ganaba millones de títulos y con Argentina no. Las discusiones eran bizantinas porque los detractores no podían, no sabían o no querían aceptar argumentos racionales. Necesitaban un superhéroe en desgracia para endilgarle todas sus frustraciones. La explicación que consideraban más contundente era que no cantaba el himno.
Ni hablar de las dos finales perdidas en la Copa América ante Chile, que llevaron a Messi a renunciar a la Selección (de la que gracias a Dios o a Antonella, o a Celia, desistió rápidamente), o del desastre de Rusia que a pesar de todo le abrió la puerta a este ciclo histórico del seleccionado de fútbol argentino.
El otro gran capitán
Hubo un momento en que Lionel hizo un click. Exactamente cuándo y por qué fue lo sabe él y sus seres más cercanos. Pero sin dudas que hubo un cambio de actitud que hizo parecer que la capitanía de la selección ya no significaba un lastre. Hablaba con los árbitros y con los rivales, discutía, mandaba, ordenaba y hacía arengas inolvidables.

«Hace 45 días que estamos acá, muchachos –le dijo a sus compañeros antes de salir a jugar la final contra Brasil en la Copa América 2021– 45 días sin ver a la familia, loco. 45 días. El Dibu fue papá y no pudo ver a la nena, no pudo hacerle upa. El Chino igual… lo vio un ratito nomás. ¿Y todo por qué? Por este momento, porque teníamos un objetivo y estamos a un pasito de conseguirlo. Y este es el momento. ¿Saben qué? No existe la casualidad, muchachos, no existe. ¿Saben por qué? Porque esta Copa se tenía que jugar en la Argentina y Dios la trajo acá, al Maracaná, para que la levantemos acá, muchachos. Para que sea más lindo, para todos. Así que salgamos confiados, que nos la llevamos a casa».
Para mí que al tipo le cayó la ficha de que esa era la última, que después ya no habría revancha, y decidió jugársela como siempre lo había hecho, pero esta vez nada ni nadie le impediría cumplir su objetivo. Además, enfrente no estaba el seleccionado alemán, históricamente favorecido por la FIFA y los árbitros.
El gran hacedor
El otro Lionel, Scaloni, mucho tuvo que ver con esto, como negarlo. Inteligentemente planificó una transición no traumática y pobló la celeste y blanca de nuevos rostros con la guía de algunos veteranos. A la selección llegaron muchos jugadores que admiraban a Messi cuando estaban en inferiores y jugando con él tuvieron la posibilidad de pasar a la historia.

El resto del cuento es conocido más o menos por todos los habitantes del planeta, la epopeya de Qatar, el «Topo Gigio» al amargo DT de Holanda (sí, Holanda. Vengan de a uno), el «andá pa’llá, bobo», el baile del primer tiempo a los franceses, el sogaca del final, el grito atragantado por más de 36 años que se abría paso desde el fondo de nuestros espíritus, las cinco millones de personas que inundaron calles, avenidas y autopistas de Buenos Aires.
Hay un momento en la final contra Francia, que es cuando Mbappé nos clava el segundo. Desde una cámara de atrás del arco contrario se lo puede ver a Messi bajando la cabeza y doblando las rodillas como para dejarse caer, pero se recompone y se vuelve a erguir. Creo que ahí ganamos el Mundial.
Ahora empieza el largo capítulo del adiós, que estará poblado de partidos amistosos en países lejanos ante rivales exóticos hasta llegar al multitudinario Mundial de Estados Unidos/México/Canadá. La última estación de este viaje maravilloso, apasionante e irrepetible. Tengamos a mano muchos pañuelos descartables.



