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¿Vos cómo lo ves?

¿Vos cómo lo ves?. Hoy: «Los apegos, cadenas que nos atan»

¿Vos cómo lo ves?. Hoy: "Los apegos, cadenas que nos atan"
Lic. Patricia Orofino (*) Psicopedagoga Psicoterapeuta Familiar
Mat. 5108-76

Hablando de apegos, les comparto una situación que me sucedió estos días.

Mi perrita Cata de quince años llevaba a cuestas sus achaques; un tumor inoperable por el lugar en el que estaba, y sus años… con unas ganas de seguir y una resistencia increíble, que hasta a la veterinaria le asombraba. Pero parece que algún día tenía que pasar… y fue ayer, que su enfermedad se manifestó abruptamente. La llevé urgente a la consulta y el consejo fue que había que dormirla, pues esa situación era el preludio de cada vez mayor sufrimiento para ella.

De más está decir la angustia que me sobrevino observando sus ojos que me miraban con un amor igual al que sentía yo por ella. Y en ese cruce de miradas le agradecía en silencio tantos años de fidelidad y compañía… mientras la despedía abrazándola.

No quería dejarla ir… me di cuenta cuánto me aferraba a ella y que en realidad era una necesidad mía el querer retenerla.

Decidí entonces que era momento de soltarla internamente y eso me hizo sentir mejor. En especial cuando recorrí el lugar del jardín donde ella descansa y me invadió una paz y agradecimiento por todo lo que juntas vivimos. Igual, creo que la ausencia de su presencia me seguirá entristeciendo hasta que termine ese necesario proceso de duelo.

A raíz de esta situación es que estoy escribiendo acerca del apego, de esa necesidad que tenemos de apegarnos a personas, mascotas, objetos, ideas, el éxito, la moda, la tecnología…

¡Y este apego no es casual!

Tiene su origen en los primeros lazos que se forjan en nuestra niñez; esa contención, amor, seguridad que tan necesarias son para potenciar el vínculo primario y que se crea cada vez que los padres responden a la necesidad del bebé.

Es el apego seguro que le permite explorar el universo que lo rodea, buscando conservar la proximidad con su figura de apego y a la vez, resistiéndose a su ausencia.

Y tal parece que lo vamos repitiendo y transitando a lo largo de la vida.

Todos estamos atados por esas cadenas invisibles que no solo provienen de nuestra infancia, sino también de nuestros ancestros, de la cultura, de las creencias… Estos vínculos parecen estar anclados; son viejos apegos que nos impiden avanzar y realizar nuestra propia personalidad.

Un claro ejemplo es el que las mujeres en general, hemos crecido leyendo novelas románticas, escuchando a las abuelas, tías… a decir verdades sobre lo que debe ser un matrimonio. Esos mensajes quedaron grabados en nuestra mente y en el corazón: “te va a hacer feliz”. «Te va a dar seguridad”.

Pero luego, con el tiempo y los avatares de la vida, nos fuimos dando cuenta de que no era cierto que las personas cambian cuando se casan. O que la pareja es para que nos complemente.

Algunos lazos son tan negativos que necesitamos sacarlos de nuestra trillada senda para obligarnos  a crecer.

Jean Paul Sartre decía que hay que hacer algo con lo que hicieron de nosotros.

Justamente es hacer algo con por ejemplo, aquellas frases que nos condenan a resignarnos y dejar transcurrir las cosas como vienen ya determinadas: “el destino está escrito”; “esto no es lo tuyo”.

De esta manera dejamos de lado lo que podemos hacer con nuestra vida. Y ahí es cuando se pierde la capacidad de disfrutarla.

El halcón que no volaba

El rey recibió de regalo dos halcones… uno volaba pero el otro no se había movido de la rama jamás. El rey llamó a sanadores, magos… pero no pudieron hacer que el halcón volara.

Un día llegó al reino un campesino que hizo volar al halcón. El rey, muy asombrado le preguntó cómo hizo. El campesino explicó que fue muy fácil… solo corté la rama.

El pájaro se dio cuenta que tenía alas y podía volar.

¿A qué sentís que estás amarrado? De que no podes soltarte…

Cuando uno se apega a algo o a alguien le está entregando el poder a otro para que nos domine y esto tiene que ver con el miedo, la inseguridad y la dependencia. Se distorsiona el proceso de información y  hace que uno atribuya a esa fuente de apego poderes especiales, idealizándolo.

“El apego restringe nuestra visión para que no podamos ver las cosas desde una perspectiva más amplia”  

Dalai Lama

Hay un cuento que nos remite al papel que juega el apego en la pareja. Cuando queremos transformar a la persona que amamos, la alejamos muchas veces de su esencia, de su felicidad.

La golondrina y el príncipe

El príncipe pasaba sus días mirando por la ventana a la espera que sucediera algo. “Qué vida más aburrida” suspiraba. Pero una mañana, una golondrina se posó en el alfeizar de su ventana , le regaló una breve melodía y se fue. El príncipe quedó maravillado con tan pequeña y delicada criatura.

A partir de entonces él esperaba impaciente su regreso. Llegó el esperado día y la golondrina volvió a cantar otra canción. El príncipe se preguntó: “¿tendrá frío?”; “¿tendrá hambre?”

Los días siguientes se dedicó a construir una casita para la golondrina. Dentro le puso los insectos, agua y unas telas de seda a modo de cama. Cuando volvió el pájaro se acercó a esa casita y el príncipe disfrutó viéndola cómo bebía y comía. “¿Te gustan esos insectos?, los cacé para ti”. Con un breve trino la golondrina pareció asentir y volvió a irse.

Pasaron dos días y al príncipe lo invadió la ansiedad. ¿Y si no volvía nunca? Entonces le construyó una puerta con candado para la diminuta casa. La golondrina volvió y cuando entró para comer, el príncipe la encerró. “Te amo”, le confesó, “conmigo no te faltará comida ni tendrás más frío”.

El príncipe colocó la jaula en su mesita de noche para saludarla cada mañana acariciándole la cabecita. “Eres mi golondrina, cántame una canción” Y cantaba, pero su música se fue apagando, hasta que enmudeció. “Ya no cantas para mí”. “Me hacías feliz cuando cantabas”.

“Mi canto estaba inspirado en el fluir del río, el sonido del viento, el reflejo de la luna en las rocas. Yo te lo traía, pero ahora en esta jaula no encuentro nada sobre lo que cantar»

Una mañana el príncipe se despertó, fue a acariciarla y la encontró muerta.

El sufrimiento viene cuando nos aferramos. Necesitamos al otro a veces egoístamente, y persistimos en ello aunque sabemos que nos está dañando. La necesidad es enemiga del deseo.

Por el contrario, el desapego es más saludable. Es sentir que no se tiene un amo; que uno es dueño de sí mismo. Es disfrutar de las cosas sin necesitarlas desesperadamente.

Pero, para llegar al desapego hay que revisar mandatos y creencias para por fin, ser auténticos con nuestros deseos y lo que queremos de nuestra vida.

                                                                                                 ¡Hasta la próxima semana!

                                         Que pasen un buen finde

nakasone